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das Mystische 2.1

HEREJÍA

Todo el mundo sabe que, para escribir una buena historia de ciencia ficción, no es preciso situar ésta en un mundo tecnológicamente avanzado o en un futuro muy lejano. Como aconsejó Philip K. Dick, basta con imaginar una sociedad que no existe de hecho, pero que se basa esencialmente en nuestra sociedad real. Este mundo debe diferenciarse del real –apuntaba Dick- al menos en un aspecto que debe ser suficiente para dar lugar a acontecimientos que no ocurren en nuestra sociedad, o en cualquier otra sociedad del presente o del pasado. Esta sociedad debe transformarse, pues, sin causa aparentemente justificada, a partir de la nuestra, y dar lugar a un nuevo mundo familiar y sorprendentemente extraño.

Si la historia generada a partir de aquí conjura o no alguno de los numerosos peligros que nos acechan es una cuestión que, en principio, no se detalla en el noble manual de la escritura. La enciclopedia personal no es, ni mucho menos, una herramienta exclusiva de internet (a pesar de los correos electrónicos que nos envía obstinadamente don Umberto Eco). La enciclopedia personal, intransferible, es la señal inconfundible que anima la posibilidad de todos los senderos. Y con ella de nuestra parte, cada uno calza el piano con aquello que tiene más a mano. ¿Cómo no va a extraviarse uno, cualquiera de nosotros, en ese laberinto total y desquiciado? La melodía resultante, a veces, es una mezcla embriagadora de barroco tonal, apocalipsis dodecafónico y ensalada electrónica. ¿Qué pasaría si nunca pasase nada?, pregunta hasta la saciedad la publicidad propagandística y capciosa.

A principios de 2004 el escéptico Bjorn Lomborg declaraba: “El calentamiento no es el primer problema global”. ¡Qué curioso! The Skeptical Environmentalist no parecía a primera vista una obra de ciencia ficción, pero Lomborg, cuanto menos, descuidaba las enseñanzas de la mejor versión científica bosquejada por el experto medioambiental Freeman Dyson. Éste, desde su propia enciclopedia personal (New York Review of Books, de 13-02-2003), había declarado: “La bioesfera es lo más complicado a lo que tenemos que enfrentarnos nosotros los humanos. La ciencia de la ecología planetaria es aún joven y está subdesarrollada. No debe extrañarnos, pues, que expertos honrados y bien formados e informados puedan estar en profundo desacuerdo sobre los hechos”. Y Lomborg, además, se aventuraba incluso a repartir concluyentes sentencias, en un ejercicio de optimismo estadístico que despistaba al más pintado: “Podríamos estar mucho mejor –afirmaba el danés-, pero avanzamos en la dirección correcta”. Y más tarde: “Y los indicadores ambientales mejoran”.

Ahora, en apenas dos o tres años, la situación parece haberse transformado radicalmente. Hecho y valor se anudan íntimamente en los juicios de unos y otros, pero parece que, al fin, el consenso es concluyente: la tierra, el aire y el agua –informa el Panel Internacional para el Cambio Climático- han sufrido un serio calentamiento. El efecto neto de las actividades humanas desde 1750, el uso de combustibles fósiles y el cambio en la utilización de los terrenos es el responsable, en parte, de esta transformación evidente. Y, de seguir así las cosas, no está nada claro quién heredará la tierra o qué tierra o porción de nuestro planeta, dentro de cincuenta o cien años, estará en condiciones de ser heredado. ¿Qué es lo que ha cambiado en este corto espacio de tiempo? ¿Quiénes son los encargados de escribir esta excelente novela de ciencia ficción?

El juego del cambio climático se practica, por lo demás, con las mismas reglas y en los mismos escenarios donde se dirimen los más importantes conflictos de nuestro tiempo: el juego del aumento demográfico, por ejemplo, el de los cuellos de botella, el de la guerra del agua y los recursos… Es, como señala el profesor John Gray, una causa directa del desarrollo infalible de la ciencia y de nuestra idea (occidental, tecnológica y laica) del progreso. La realidad del progreso científico –escribe Gray- se demuestra en el poder cada vez mayor de la especie humana. Pero, curiosamente, este poder temible no nos hace ni más felices, ni más racionales, ni mejores. “Los filósofos pueden disputar sobre la validez del conocimiento científico; los antropólogos culturales pueden representar la ciencia como un sistema más de creencias; pero, de cara al hecho del crecimiento del poderío humano, el escepticismo acerca de la validez del conocimiento científico resulta inoperante”. El conocimiento, por tanto, de la mano de la ciencia, ha generado un poder decisivo; pero no ha evitado la existencia de una balanza equilibrada donde conviven, en igualdad de condiciones, evidentes ganancias y amenazantes pérdidas.

Éste viene a ser, más o menos, el mensaje de la nueva herejía, el mensaje del profesor de la London School of Economics John Gray. Y ésta es una visión herética porque, le pese a quien le pese, en nuestros días, no resulta nada fácil percutir de esta manera en contra del conocimiento, la ciencia y el progreso. Además, John Gray, en muchos de sus artículos, no deja certidumbres en pie ni títere con cabeza. Una ilusión con futuro, titula su nueva novela de ficción. Y la tesis que nos presenta se abre ante nosotros como una flor otoñal, venenosa y marchita: la desoladora constatación de que todos, sin excepción alguna, han estado jugando a un mismo juego. “Cada quien a su manera, Hegel y Marx, Bakunin y Mill, Popper y Hayek, Habermas y Fukuyama predican la misma fe: el conocimiento liberador; la ciencia puede usarse para crear un mundo mejor que cualquiera que haya conocido la historia”. ¡Lástima que ninguno de ellos se haya detenido, al menos por un momento, en el mito bíblico de la expulsión de Adán y Eva del paraíso!

Por todo ello, la cansina pregunta del Ayuntamiento de Madrid no acierta a mantener el interés genuino de la audiencia. ¿Qué pasaría si nunca pasase nada? “Podría ser que los cambios en los hábitos de pensamiento que son necesarios –concluye Gray- estén más allá de los poderes humanos. Debemos nuestro éxito evolutivo parcialmente a nuestra capacidad para la negación. En el fomento de la supervivencia humana, la esperanza ciega ha sido a menudo más útil que una estimación racional del peligro. Hoy, la tendencia de eliminar del pensamiento consciente los problemas que enfrentamos se ha vuelto en sí peligrosa, pero es una tendencia que está alentada en una cultura que premia el confort emocional por encima de todo lo demás. En el peor de los escenarios que ahora se muestran cada vez más reales, el resultado podría ser un cambio en la manera en que vivimos que no tiene precedente en la experiencia humana”.

Oponerse, en filosofía (¡nuestra imprescindible capacidad de negación!), ha sido siempre una cuestión de honor; la pregunta, en cambio, es casi siempre la misma. ¿Una transformación sin precedentes en la experiencia humana? ¡Cáspita! Esto se pone interesante. La transformación del mundo en manos de John Gray (la mejor novela de ciencia ficción que se avizora en el horizonte), es una noticia excelente, preocupante y, a la vez, terriblemente doméstica.

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